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Foto del escritorCamilo Fidel López

La vida está contada

Actualizado: 23 sept 2023

Encontrarse viejos amigos es el azar más dichoso. Pero no debería serlo. Si se deja todo el trabajo sucio a la casualidad lo más probable es que la vida de los otros se nos pase por enfrente. Desde la distancia, los amigos de la niñez se empiezan a convertir en extraños que solo vemos a través de ese espejo abominable del teléfono celular que no tarda en conjurar una idea nefasta: que sabemos de ellos y que -de alguna manera- los tenemos cerca. Nada más falso. Lo comprobé hace poco cuando me encontré con un gran amigo del colegio a quien recuerdo por su mayor capital: era amigo de todos. O bueno, de casi todos; de muchos. Sin embargo, no quiero confundir, el Gordo (como lo llamamos más que todo por sus mejillas tensas y redondas que siempre han sido las mismas) no se trata de esas personas melosas o zalameras que fuerzan el cariño o la nostalgia. No, al Gordo la amistad se le da silvestre. Su carácter está lleno de solidaridades, escuchas y afectos que han sabido labrar amistades como un hecho natural y espontáneo. Un ladrón de amigos, lo llama Hernán, cuando cuenta cómo el Gordo se convirtió en la compañía entrañable de Julián, otro amigo suyo de la universidad.

Luego de las primeras cervezas, a las afueras de un restaurante que me recordó a La Habana, le dije al Gordo que él era la bisagra de nuestra promoción de bachilleres. Una pista de aterrizaje para una mayoría de gentes que ahora eran muy distintas y que por desinterés o descuido habían dejado de aparecer o estar. (Entre ellos me cuento). Él sonreía y me respondía, mientras compartimos un cigarrillo, que nunca fue intencional y que le gusta estar con las personas; tan solo eso. El Gordo es uno de los pocos migrantes que conozco (se fue para Estados Unidos hace más de veinte años más por fuerza que por convicción) que permanece atento, pendiente y dispuesto al mundo que abandonó. También me dijo que todos esos amigos hicieron presencia en la prueba más fuerte que ha tenido hasta ahora: superar una enfermedad compleja que por ahora no fue. Era lo mínimo, respondí. A veces la gratitud se cuela entre las rendijas de las ocupaciones y los afanes diarios. Merecía saber que haber sido un gran amigo no había sido en vano.

Hernán y el Gordo, hace unos años


Otra de las noches que lo vi, me mostró un video grabado con la cámara de Juan Fernando en 1995. El grupo de octavo B aún parecía una jauría de niños efusivos y bruscos en un extenso campo verde de futbol que no terminaban de entender cómo el mundo que conocían estaba a punto de desaparecer. Me vi y me reconocí improbable y orgulloso entre empujones y comentarios necios que para esos días me parecían hilarantes. También vi en el video tembloroso y granulado a un amigo al que quise mucho pero que se alejó -el tendrá su versión- sin dar muchas razones. La vida va plantando abismos inexplicables y nada se puede hacer ante ellos más que contemplarlos. Unas noches después soñé con él. Me miraba desde una esquina y con reproche me contaba que le habían descubierto un cáncer incurable. Uno de los placeres de la mente es revolverlo todo. Fue un sueño rápido pero desconcertante. Por supuesto, no lo llamé, no tengo su número. Eso sí, revisé su Instagram y pude concluir que está muy bien.

La noche que me despedí del Gordo le agradecí por todo y le regalé una obra que, por coincidencia, se llama Hermandad. Explícitamente le dije que era un obsequio para su esposa Lorrie y su hija. Nos dimos un corto abrazo. Regresé a mi hogar.

Hoy ha sido un día extraño, le dije a Hernán por teléfono que la vida estaba contada con los dedos de las manos y la frase descuidada resonó más de lo esperado. Tanto que aplacé un par de tareas para sentarme a escribir sobre esos tipos. Esos extraños con quienes en algún momento de la vida corrimos detrás del mismo balón: sin saber que éramos tan distintos y que pronto nos convertiríamos en una seguidilla de multitudes. Crecer supone partirse en mil pedazos; luego la vida ira levantándolos del piso, uno por uno. Así como sucederá el próximo diciembre cuando cumplamos veinticinco años de habernos graduado del colegio Mayor.
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