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Foto del escritorCamilo Fidel López

Nadie está preparado para el poder

Actualizado: 24 may 2023

El mejor género literario para leer en un bus es el cuento corto. Su breve extensión permite que la historia se desenvuelva entre una par de estaciones: que no falte o sobre nada en la experiencia de lectura en movimiento. Casi a diario, en recorridos de algo más de media hora, intento abstraerme de la rutina de las mismas calles con libros fáciles de doblar que se pueden hojear con una sola mano. No obstante, el escenario mismo del bus, comprendido por las interrupciones que sin falta se atraviesan en forma de empujón, frenazo o venta ambulante, permiten que no solo se lea sino que -ante la imposibilidad de continuar de largo- se piense sobre lo que se lee. De esta forma, las ideas sueltas que siempre quedan durante la lectura tienen la oportunidad de permanecer y ser objeto de miradas, medidas e imaginaciones. Así, entre ventas de forros de celulares y semáforos, despaché, en los últimos años, a Chejov, a Carver, a Cheever, a Forn y, hoy en día, a la fabulosa Chimamanda Ngozi Adichie y su libro de cuentos “Algo alrededor de tu cuello”.

En uno de sus relatos llamado “De imitación”, la escritora africana cuenta la separación de una familia entre la atribulada pero extrañada Nigeria -en donde reside el padre- y la cosmética y falsamente cómoda vida en los suburbios de Nueva Jersey -donde está el hijo y la mujer-. El sospechoso equilibrio de la pareja se resquebraja cuando Nkem se entera, por una llamada insidiosa de una amiga de la infancia, que su marido tiene una amante más joven; lo que le supone una grave crisis personal. Nkem sabe que Obiora, un provechoso contratista estatal, no abandonará Nigeria, a pesar de ya tener los medios para hacerlo, por una simple razón: el poder que ostenta en su país. En palabras de la protagonista, por mucho dinero que tenga su esposo nadie en Estados Unidos le limpiará la silla antes de sentarse como lo hacen varias personas en su país natal. Obiora no está dispuesto a renunciar a esa letra menuda, así tenga que permanecer alejado de su esposa y su hijo.

Esa idea simple y fácil de imaginar, me quedó retumbando apenas la leí y me hizo considerar las minucias que llevan a los seres humanos a hacer lo posible por tener -y retener- el poder: no tener que hacer fila en un aeropuerto, la comodidad de un chofer que abra la puerta, los elogios y loas constantes de los áulicos, entre muchos otros. Estos privilegios, confinados en detalles, terminan por provocar una adicción a sentirse mejor o más importante que el resto de los demás y, por efecto , termina por nublar el juicio y la razón. Estoy convencido de que, salvo los herederos específicos ya sea en versión príncipe o delfín, nadie está preparado para los espejismos y espectros que aparecen cuando se adquiere algo de poder. En mi caso y por fortuna, jamás he tenido la oportunidad de comprobarlo personalmente, pero basta con darle una mirada a las noticias diarias para confirmar que los efectos alucinatorios que se adquieren con el poder son muy frecuentes en personas que se jactaban de su serenidad y aplomo. Nadie está a salvo cuando otro le hace una venia.

La familia presidencial, Fernando Botero


Sin embargo, lo más lamentable es que la mentada adicción -como cualquier otra- termina por distraer y extraviar. En principio, el poder, más aún si son funcionarios públicos, debería ir acompasado de una noción de servicio. Como se explica del significado mismo del verbo: poder es tener la capacidad de hacer algo. Ahora bien, es en esa capacidad donde se presenta la tergiversación y la confusión: al preferir el placer egoísta se pasan por alto las oportunidades de robustecer o propiciar el bienestar de los demás. De esta forma y con el tiempo, lo único que importa es asegurar que alguien les siga limpiando la silla (hay que ver cómo reaccionan cuando no lo hacen). En segundo lugar quedan los cargos que ocupan y las responsabilidades que asumen. Sumergidos entre delirios de grandeza pierden la habilidad de entender para qué están ahí y solo les interesa continuar estando, cueste lo que cueste. El poder es tan solo un acto infantil de imaginación cuando se queda sin propósito. Un cuento corto que nunca es suficiente.

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