Lo indecible. Que no se puede decir o explicar. Así define el diccionario a toda una realidad que escapa y no se somete a las palabras. Un mundo entero que se queda sin vocales, acentos y pronunciaciones. Sobran los ejemplos. El amor que provoca un animal. El dolor que causa un animal. La dicha que traen con su vida. La devastación que queda cuando parten. Ese lenguaje transformador que nos hace mudar hacia nosotros mismos. Si fueran artefactos serían algo así como un álbum de fotos viejas en donde no podemos evitar vernos. Encogidos y gigantes. Victoriosos y apesadumbrados. Las mañanas agitadas rasguñando la puerta para salir al parque. Las siestas de tarde repletas de sopor. La seguridad de las noches de la inmensa compañía. Un animal nos habla a través de momentos compartidos. Ayer me despedí de uno que conocí desde cachorro. Un alma buena y serena. Un perro monje de mirada brillante y pelo grueso. Pero el tiempo pasa para todos. Y aquel ser que enloquecía ante las mariposas hoy anuncia su cansancio y su enfermedad. Sin agachar sus orejas puntiagudas avisa que llegó la hora. Llegó el momento. Echado en su cama, lo sabe. Decían los griegos que los animales eran cuerpos invadidos de almas errantes humanas a las que aún no les había llegado su turno feliz de vivir para siempre, allende el río Aqueronte, en el paraíso de los campos Elíseos. En unos días cuando el cuerpo se entierre el espíritu continuará su camino. Sin duda agradecido por haberle evitado un dolor innecesario y voraz. Por haber puesto en marcha —como le dije a Lucho— la generosidad del alma que es la compasión. Y es ahí donde brota ese único lenguaje animal. Sin necesidad de palabras y ante la magnitud de la gratitud aprendemos la lección primordial: cuidar a los demás. Tal y como Arak acompañó a mi amigo en su forma única y decidida de estar y ser solo. Cuando a diario le recordaba que a la bondad en la vida se le premia con la ternura. Quizás es la muerte, del animal y del humano, donde sus caminos se encuentran en una misma naturaleza y en un mismo acaso. Todos llegamos, todos partimos. El animal sin extraviarse. Nosotros tropezándonos.

Los Campos Eliseos.
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