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Ser de centro

  • Foto del escritor: Camilo Fidel López
    Camilo Fidel López
  • hace 5 horas
  • 3 Min. de lectura
Ser de centro significa tener alternativas de pensamiento; ser, en suma, un traidor de las ideas absolutas. Poder serlo todo, menos un radical. De cara a las próximas elecciones —en las que, con seguridad, el centro será derrotado otra vez—, es preferible aclarar de qué se trata aquel concepto y aquella posición. Más aún cuando se avecinan los días de la violencia que repite que el centro no existe, que es tan solo un disfraz: una especie de pudor que le impide a las personas —nos impide— revelar nuestra verdadera identidad política.

Depende, eso sí, del extremo que profiere la acusación: para unos, somos vergonzantes de izquierda; para los otros, derechistas hipócritas. El asunto radica —en esencia— en que, para muchos (diría yo la mayoría), no existen tales identidades políticas rígidas e infranqueables. Ser de centro implica asumir la política como cualquier otro proceso racional o argumentativo, en donde se puede estar de acuerdo o en contra, apartarse o acercarse de ciertas ideas. Un ejercicio franco de la libertad.

La gran mayoría de personas, en su cotidianidad, no actúan como radicales. Más bien, dentro del repertorio de creencias de cada quien, pueden existir posturas que, vistas desde una óptica marcial de observancia ideológica, resultan contradictorias. Se puede ser muy de derechas en alguna relación familiar angustiante —por ejemplo, el consumo de drogas o el aborto— y, a la vez, ser de izquierdas respecto del papel del Estado en la provisión de servicios públicos esenciales para la población más vulnerable. En una mirada privada, en el día a día, casi todos son de centro: fluctuamos y nos adaptamos. Es muy raro el caso de un ser plenamente coherente. Y lo es, por fortuna: suelen ser muy peligrosos y violentos.

Quizás el problema consista en pensar al centro —en su definición más obvia— como un espacio o un lugar. Más bien considero que se trata de una posición dinámica, en movimiento, que resulta del ejercicio de la libertad individual. Se basa en imponerse el credo de no creer e ir navegando entre posibilidades que se vayan ajustando, según cada parecer, a cada ocasión. Supongo que, para algunos, dicho ejercicio de la libertad puede ser chocante. Más aún en un mundo de hinchas, en el que se cree que se muere con el equipo con el que se nace. Una posición romántica —o de falsa nostalgia—, pero que prescinde de la posibilidad de pensar por sí mismo. El dogma es la negación esencial del individuo.

Muchos critican el rumbo que está tomando el mundo. Principalmente, cuestionan —con razón— la pérfida presencia de las redes sociales en los debates públicos. “Todo es peor ahora”, se repite con frecuencia y pesimismo. Es probable que dicho malestar provenga del hecho comprobado de que estas redes dependen de los pensamientos radicalizados de unos y otros, de tener que pertenecer —para participar y alcanzar alguna relevancia— a un sector del pensamiento.Parece obvio: la acción dentro de estas tecnologías se basa en el enfrentamiento de contrarios; entre más visceral y abyecta, mejor. Son escenarios de violencia en los que no se permiten los matices, las excepciones ni los reparos. La razón no es buen negocio.

Finalmente, ser de centro no significa no tener límites en esa dinámica de pensamiento. Todo lo contrario: implica estar al tanto de los extremos y sus consecuencias. Cada quien verá dónde y quiénes los encarnan. En mi opinión, aquellos límites atraviesan a todos aquellos que, de un lado, quieren enterrar la Constitución del 91 y, del otro, quienes —amparados en una idea siniestra de seguridad— quieren regresar al país a la peor de las violencias.

Aunque ya decidí mi voto, no es mi interés revelarlo, por el solo hecho de no querer influenciar a nadie. A cada persona le corresponde, en los próximos meses, seguir sus propias convicciones y sus propios límites, en vez de obedecer ciegamente aquello que cree que es imperativo, ya sea por ideología o por el dictamen de un líder que sabe que sobrevivirá solo si las personas no piensan por sí mismas.

Se me acusará de tibieza. Así lo prefiero: nada provechoso sale de una mente incendiada o de las ideas que la vanidad, hace rato, congeló.

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