Entre las muchas noticias devastadoras que deja a su paso el atroz terremoto que afectó a Turquía y Siria y que a la fecha suma más de 40.00 muertes, una en especial me supo doler en lo más profundo de los huesos. Un padre, llamado Mesut Hancer, sostiene la mano de su hija aplastada por las ruinas de un edificio. Aunque, Irmak, como se llamaba la joven de 15 años, ya había fallecido, Mesut se negaba a soltarla a pesar del terrible frío y la incomodidad. Su mirada queda y determinada revelaba una forma petrificada del más grávido de los desconsuelos. Pude verme (y dolerme) en ese hombre sentado sobre los escombros, que debe ser tan solo unos años mayor que yo. De paso entendí la dimensión más atroz de las palabras recientes de Irene Vallejo en una de sus columnas semanales en una publicación española: ser padre es aprender todos los miedos. Me negué a saber más de lo sucedido: cuánto duró el suplicio voluntario de Mesut o si ya se retiró del lugar. Me bastó con la herida inmediata que me dejó.

Foto Adem Altan
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