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Evitar lo evitable

Foto del escritor: Camilo Fidel López Camilo Fidel López

Actualizado: 22 feb 2023

Entre las muchas noticias devastadoras que deja a su paso el atroz terremoto que afectó a Turquía y Siria y que a la fecha suma más de 40.00 muertes, una en especial me supo doler en lo más profundo de los huesos. Un padre, llamado Mesut Hancer, sostiene la mano de su hija aplastada por las ruinas de un edificio. Aunque, Irmak, como se llamaba la joven de 15 años, ya había fallecido, Mesut se negaba a soltarla a pesar del terrible frío y la incomodidad. Su mirada queda y determinada revelaba una forma petrificada del más grávido de los desconsuelos. Pude verme (y dolerme) en ese hombre sentado sobre los escombros, que debe ser tan solo unos años mayor que yo. De paso entendí la dimensión más atroz de las palabras recientes de Irene Vallejo en una de sus columnas semanales en una publicación española: ser padre es aprender todos los miedos. Me negué a saber más de lo sucedido: cuánto duró el suplicio voluntario de Mesut o si ya se retiró del lugar. Me bastó con la herida inmediata que me dejó.

Foto Adem Altan


Por casualidad, un par de noches después vi una película del director italiano Saverio Constanzo llamada Corazones Hambrientos, que relata la historia de una joven e inmadura pareja conformada por Alba Rohrwacher y Adam Driver en la que la tormenta de ideas y prejuicios sobre la crianza de los hijos (tan frecuente y peligrosa en nuestros días) casi lleva a su pequeño bebé a morirse de hambre. Por supuesto que no se trata de una historia sobre dos padres homicidas sino más bien sobre la oscuridad que puede cernirse cuando los miedos, (esos de los que hablaba Vallejo en su columna) nos doblegan y superan. Cuando el temer somete al amar las consecuencias pueden ser irremediables. Es bien sabido que un querer desbordado termina por asfixiar.

Supongo que mi reciente condición de padre me hace más vulnerable a este tipo de historias. Sin embargo, no quería perder la oportunidad de hablarle a ese miedo que, de vez en vez, me invade desde que recibí a mi pequeña hija en mis brazos. Aprendí todos los miedos ese día pero también, con el tiempo, aprendí a observarlos y medirlos. Aceptar que a pesar de cualquier esfuerzo jamás se tendrá todo bajo control, ha servido para interrumpir las imágenes que van y vienen cuando se cruza una calle, cuando se toma un avión o cuando los hijos aprenden a caminar. Como decía el cuento de un adolescente en Medellín que se ganó un premio hace poco: el monstruo me mira fijamente desde la esquina. No obstante, en el proceso, también he preferido evitar estadísticas lamentables o noticias de eventos naturales catastróficos que pueden alborotar mi proceso, ya de por sí exagerado, de imaginación. Salvo que me tomen por sorpresa, como es el caso de Mesut y de Corazones Hambrientos.

Con el pasar de los días pensé sobre lo inevitable. Pero también pensé sobre lo evitable. Sin duda, estas circunstancias comprenden, en la misma proporción y sin excepción, el enrevesado oficio de ser papá; que pendula entre lo acontecido y lo imaginado. Y aunque, como en las tragedias griegas, lo inevitable se supone inexorable queda en el mundo y en el existir un rango muy amplio respecto a lo que sí se puede evitar. Es ahí, en ese inmenso espectro en el que pienso concentrar mi querer y mi quehacer como papá. Evitar lo evitable. Esto incluye desterrar los miedos, los prejuicios y los discursos inservibles que le puedan hacer daño a mi hija, tan solo y en la medida de mis propias limitaciones. No quiero un premio.

Sin embargo me queda un mal sabor con el mundo y su desatención. Por fortuna tanto Turquía como Siria han contando con el apoyo incondicional de muchos países que han sabido ser solidarios ante un terremoto. Ojalá dicho esfuerzo también se dirigiera y prolongara hacía lo evitable. Otra realidad tendrían nuestros hijos e hijas si la guerra, el hambre y la discriminación, estuvieran en primer lugar en la agenda de la generosidad internacional. Ojalá cada vez más padres y madres del mundo puedan sostener la mano de sus hijas e hijos vivos mientras los llevan al colegio, al parque o a visitar a sus abuelos. Lo evitable es tan solo una condena imaginaria.

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