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  • Foto del escritorCamilo Fidel López

La pelota que nunca cayó

Actualizado: 1 may 2023

A Cecilia León Mancilla


Por muchos años de juventud adoré El Lado Oscuro del Corazón de Eliseo Subiela. Sin embargo, fue la frase del poeta galés Dylan Thomas con la que el cineasta argentino inicia su película la que se quedó dentro. “La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo” . Esta afirmación aunque pareciera inocente se refiere, pienso yo, al protagonismo fundamental que cobran los objetos cuando se trata de mirar la vida que ya pasó. Todos esos objetos que fingen ser inanimados pero que una vez se agitan encuentran su razón de ser como esas cápsulas navideñas de acrílico transparente que simulan la caída de la nieve.

Hace unos días regresé de un viaje de trabajo con un buen amigo. Nos trasladamos por carretera a unas siete horas de Bogotá para pasar la noche en una ciudad que, a pesar de haber definido muchas instancias de mi vida, parece ser inmune a mi cariño. Tal vez por resentimiento o por simple indiferencia jamás he podido sentir como propia el lugar en el que mi papá trabajó por casi medio siglo. Dormiríamos en el apartamento de estudiante de mi viejo, un lugar que él parece conservar como un mausoleo repleto de objetos que evocan mi infancia y primera adolescencia. Al llegar sentí de inmediato el olor de mi padre y me convertí en el niño que los viernes en la noche fingía estar dormido mientras esperaba su regreso. Por su parte, mi amigo miraba con admiración y curiosidad los diplomas y reconocimientos colgados en la pared y se entretenía mientras trataba de dilucidar quién era mi papá en fotos de formaciones de equipos de fútbol. Objetos y más objetos. No fue fácil para él -luego me confesó- su padre, hace dos años exactos, había muerto. De regreso paramos en un desierto -que al parecer no es un desierto- y acompañados de un silencioso majestuoso hablamos de la obviedad más dolorosa de todas: morirse y que se nos mueran.


Foto aérea del desierto no desierto



Nunca antes había oído tantos aplausos en un oficio fúnebre. Tampoco había presenciado que tres sacerdotes hablaran sobre el difunto con tanto conocimiento y aflicción. No era para menos. Mi madrina dedicó más de treinta y cinco años a servir a su parroquia con el único interés de ayudar a los otros -y a ella misma- en los espinosos caminos de la espiritualidad. Ella, mi madrina, era la encargada en la familia de los rosarios en las novenas y semanas santas; también improvisaba oraciones y rezos certeros en cualquier celebración y; por supuesto, su voz dulce pero determinada, era el mejor consuelo ante una perdida irremediable. Supongo que por esa razón, en ese decenio en el que sentí al mundo en mi contra y en el que blandía el capricho de tener siempre la razón como único argumento me abrigó y defendió sin interrupción. Siempre trató de sosegarme a través de su cariño y no se cansó de repetirme que con el tiempo y Dios a mi lado todo se podría en su lugar. No le faltó razón.

Anoche mi madrina me regaló un sueño. Corría en una cancha de futbol, nada más y nada menos que del lado de Diego Maradona. El estadio estaba a reventar y yo, que nunca fui bueno jugando, hacía un par de maromas que despertaban los aplausos del público. Todo sucedía muy rápido, Maradona desaparecía sin razón, y muchos de mis tíos y primos me saludaban rejuvenecidos. Parecían sacados de esas fotos amarillentas y descoloridas que se guardan en baúles viejos para que se refundan para siempre. Me desperté con la tristeza seca que galopa en las despedidas sabiendo que ya no volvería a verla. Le agradecí por ese sueño que por un instante me hizo revivir su presencia y la sensación que causaba en mí cuando me rodeaba con sus brazos para calmar alguna furia intempestiva. Esta tarde lloré con rabia al ver su ataúd mientras el sacerdote más viejo rezaba el padrenuestro. Levanté la cabeza y mire al cielo, un par de nubes se cernían sobre una tarde templada y fácil de olvidar. Luego la despedimos todos.

Madrina, gracias por defenderme de mí mismo. Ahora es mi turno.

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