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  • Foto del escritorCamilo Fidel López

Mirar al cielo

@CamiloFidel

No sé dónde lo aprendió. Con seguridad fue en el jardín. Desde hace un par de semanas mi hija, de casi dos años, empezó a señalar el cielo buscando la luna y las estrellas. Tal vez, la circunstancia más sorprendente de ser padre es ser testigo de cómo los hijos van descubriendo al mundo que los rodea; ese mundo que los adultos hemos dejado de observar con detenimiento y asombro. De otro lado, es doloroso aceptar y reconocer cómo nos vamos quedando sin respuestas frente a las miles de preguntas que no tardarán en llegar. Los niños son enciclopedias de interrogantes inminentes. Cuando supe que iba a ser papá, supe que debía prepararme, de alguna forma, para no decepcionar el apetito de conocimiento de mi hija o, por lo menos, para no hacer uso excesivo de la fantasía, en un mundo cada vez más prosaico, cuando algún tema me supere. Serán muchos, no lo dudo.

Por esta razón, hace unos meses en esa fantástica librería de Teusaquillo que es Casa Tomada, decidí comprar un libro que en otras circunstancias hubiese rechazado: Astrofísica para Chicos con Prisa, del científico Neil Degrasse Tyson y el novelista y divulgador de ciencia Gregory Mone. El propósito del texto es servir de invitación para detonar la imaginación y el interés de niñas y niños en un tema que pareciera ajeno y en exceso sofisticado: el andamiaje físico del universo. Parece un libro para niños pero, en realidad, es un libro para padres. En efecto, el lenguaje utilizado y las anécdotas que trae a colación sirven el objetivo de hacer descender conocimientos que, por muchas taras educativas y de información, los adultos hemos concebido como inalcanzables. Al leerlo y enterarse, por primera vez en mi caso, de qué son las supernovas, las estrellas enanas y los exoplanetas, se abre un umbral muy apropiado y oportuno para ir dando los primeros pasos hacia lo que los autores denominan la perspectiva cósmica.

Fotografía del final de una estrella, una supernova. Telescopio Hubble.


Dicha perspectiva es, en sí misma, una propuesta ética. De ahí su aptitud para servir como una herramienta de formación y, sin exagerar, como el elemento fundamental a considerar en la proyección de una sociedad que aspire a cumplir el propósito básico de cualquier especie: sobrevivir. Estas lecciones morales que nos da el universo abarcan el dimensionamiento (en importancia y responsabilidad) del ser humano al, irónicamente, reducirlo a una parte ínfima de un universo casi infinito; que, por fortuna, cada vez se hace algo más explicable. Como los autores repiten hasta el cansancio en el libro: aún sabemos demasiado poco. Basta mirar el aterrador pero interesante tema de la energía oscura que forma parte sustancial del universo y de la cual no sabemos, prácticamente, nada.

Y aunque nuestra pequeñez e insignificancia podría malinterpretarse como la excusa perfecta para el cinismo o el egoísmo, la verdad es que nos revela la verdadera importancia de nuestra vida; tan delicada y tan efímera como es. Pero sobre todo, nos recuerda la inaplazable obligación de no perder de vista que cada minuto de vida es una oportunidad para poder presenciar -en toda su extensión- un universo que lleva, con muchos apuros y contradicciones, forjándose por millones de años.

Aspiro a que no solo levantemos la cara y miremos hacia el firmamento para agradecer la llegada del verano o cuando nuestros hijos aprenden sus primeras palabras, sino que, de vez en cuando, lo señalemos y sepamos que todas las respuestas están ahí. Solo debemos mirar con atención. Como cuando éramos niños.

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