No pasa muy seguido pero cuando pasa se siente el cambio en la intensidad de la respiración. El pecho, muy al comienzo, se agita y luego, al serenarse, causa la impresión de haber perdido algo de peso. La levitación, en esencia, depende de saber inhalar y exhalar; un truco tan sencillo que rara vez está al alcance de cualquiera. De algún modo, descubrir un autor que encarne, justifique y provoque el deseo de escribir se asemeja a elevarse algunos centímetros del suelo. A levitar sin levitar, dirían los griegos del teatro clásico.
Ya me había ocurrido en años pasados; que recuerde con el negro Fontanarrosa, con John Cheever y con Roberto Bolaño, pero estoy seguro de que fueron un par más. Esa impresión momentánea de que las palabras ajenas e inalcanzables, desde la distancia y el tiempo, nos pertenecen. Esa certeza prestada de que no solo caminamos sobre hombros de gigantes sino que también, y gracias a ellos, somos capaces de ver -y transitar- los senderos que ha dejado su andar y su volver. Al leerlos recorremos el camino de sus palabras, que es nuestro mismo camino. Con la tranquilidad de no ser el primero ni el último. Ya no estamos solos.

Juan Forn, en las oficinas de Página/12
Creo recordar lo que, según Forn, le dijo Bioy Casares al regreso del viaje aquel (¿a la presentación de un libro? Lo he olvidado): "fue una pesadilla de lo más amena". Me ha parecido una frase sublime. Las anécdotas, citas y cierres de Forn acerca de todos los autores y épocas son inigualables.