El hijo desobediente
- Camilo Fidel López
- 26 abr 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 27 abr 2023
A pesar de las recomendaciones no pudo hacer nada distinto. Era demasiado tentador volar cerca al sol. Las alas de juguete que le había construido su padre no resistirían ni la humedad de las olas ni el calor del sol. Las primeras eran fáciles de obviar, el mar se trataba de una experiencia conocida y reiterada, pero evitar acercarse a la inmensa estrella resplandeciente, que desde niño miraba con asombro, era imposible: lo superaba. Dédalo hubiese podido esgrimir las mejores razones y describir las peores consecuencias pero nada habría bastado. Ícaro tenía el destino pasajero de ser joven y correría cualquier riesgo por vivir. No le importaron las lágrimas de su progenitor, el constructor de laberintos, que intuía lo que sucedería. Luego de que padre e hijo sobrepasaran volando Samos y Delos, el muchacho, agarrado de una pestaña de confianza, se separó de su acompañante. La cera con que estaban pegadas las plumas empezó a derretirse por efecto del calor. Ícaro cayó al mar y se perdió para siempre. El corazón de Dédalo se ensombreció con la amargura que causa lo inevitable. Años después, mataría a su sobrino Perdix también inventor, cuando éste osara desafiarlo en su inteligencia creadora.

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