No se sabía bien cómo era. O si te referías a una palabra que aún no lograbas pronunciar. “Yiová”, “Ioá" o “Llobá”, repetías cada vez que la veías. Llegó a tu vida meses antes de que nacieras y, tristemente, no recordamos quién te la regaló (ojalá no esté leyendo esto). Uno más de los misterios de tu manta favorita: la única y la irreemplazable compañera, tu primera amiga, tu apego original. Una cobija blanca de algodón con corazones grises y rosados que aprietas, alzas, pisas, estiras, muerdes y babeas. Casi todos los días es tu primera palabra y por las noches es imperativa para que puedas dormir. Mi teoría es que tu manta te enseñó a gritar.
Aún recuerdo el escándalo cuando tu tía Gloria osó lavarla y al darte cuenta, lloraste una hora entera. Estaba manchada de tierra, pelos de perro y gato y avena pero a ti no te importaba. Supongo que así descubriste la sustancia infinita de la amistad. Habremos de ver. Por ahora, nos andamos con cautela cada vez que se trata de ella y aprovechamos tus siestas para limpiarla. Es por tu bien. Jamás haríamos nada por interrumpir tu alegría salvo que fuera para protegerte.
Ya sabemos que tu manta tiene poderes mágicos. Que cada vez que la tocas te lleva a un lugar apacible y tranquilo. A un universo muy distinto al mundo en que te correspondió nacer. Cuando la frotas te chupas el pulgar y entras en un estado de contemplación, tu mirada se fija y te adormeces, estés donde estés. Tu “Yiová”, “Ioá" o “Llobá” está en buen estado pero con seguridad pronto empezará a deteriorarse, perderá el color de tanto lavarse a escondidas y decenas de hilos rebeldes se le empezarán a notar. Así sabrás que todo lo querido cambia o parte; ya llegará la hora en que lo puedas aceptar. A tu mamá y a mí aun nos cuesta muchísimo hacerlo.
Hace unos días, Ezequiel, un joven que acabábamos de conocer te oyó decir el misterioso nombre de tu manta. Se río y dijo que sonaba muy parecido al nombre de Dios (el tetragrámaton) que en la religión judaica se pronuncia Yahveh. Me pareció una casualidad preciosa y mística y se la agradecí. Espero no olvidarla pronto. Supongo que por eso la escribo un par de horas antes de que llegue tu cumpleaños número dos. Es una carta y un cuento a la vez.
Esa noche del comentario, y mientras dormías, con tu mamá conversamos al respecto. A ninguno de los dos nos sonó exagerado o absurdo pensar que Dios es una manta que te tranquiliza, te protege y que huele a detergente de coco y babas de bebé.
Feliz cumpleaños, hija mía. Eres nuestro tesoro. Nuestra Gracia.
Comments