Venía pensando en algo que escribió Pessoa y que acababa de leer. Algo así como que parte de la felicidad del poeta, en un día soleado y despejado en Lisboa, tenía que ver con los puestos de venta de plátanos amarillos que encontraba a su paso. Una elegía breve a la magnificencia de lo simple y su cotidianidad propia. Le daba vueltas a la anécdota cuando desde el fondo del bus se acercaron dos raperos venezolanos. Guardé el libro y les presté atención. Por un par de minutos improvisaron rimas graciosas y de doble sentido sobre cada uno de los pasajeros. Llegado mi turno, me dijeron que parecía gringo, fruncí el ceño al oírlos. El show finalizó con una frase, fríamente, calculada: “el que no aplauda es chavista”. La gente pareció no reaccionar. El duo recibió un par de monedas de un público somnoliento y sudoroso. Se bajaron conmigo en la misma estación. Los perdí de vista.

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