El colombiano es un improbable. Lo descubrí tirado en el piso con el olor a cera de madera en la cara. Lloraba primero desconsolado. Littbarski, minuto 88. Zurda. Después lloré por el milagro de Rincón. De la devastación al jubilo en cuestión de minutos. Ya no fui más yo. Pasarían tres años para que ese mismo Pibe tejiera otro más. Ese día supe que triunfar en el fútbol hace bailar familias enteras y provocar fiestas improvisadas. Así fue el 5-0 en la casa de mi tío. Maradona aplaudiéndonos. Quedo grabado en un VHS. Después la indisciplina de uno casi nos quita todo. A partir de ahí todo parecía detenido. Nada pasaba. Fracaso tras fracaso. Poquedad. Insolencia tras insolencia. Ídolos derretidos sin más. Victorias inanes. Solo casi veinte años después volví a celebrar. Volvimos. Un muchacho colombiano era declarado el mejor jugador del mundo. El 10 del Madrid. Pero no estaba preparado y el país se volcó en su contra. ¿Cómo era posible que no quisiera seguir siendo el primero?. No le dio la gana. No quiso. Prefirió extraviarse en asuntos baladíes. Llegué a culparlo de todo. Otro fracaso más. Su responsabilidad. Me cerró la boca. Así actúan los héroes errantes cuando empiezan a regresar a casa. Colombia está hecha de improbables. Ayer lo confirmé cuando oía a Juan Fernando Quintero en la última rueda de prensa, contaba que siendo un niño le mataron a su papá. Le agradeció al futbol y a su familia por salvarlo. No es el único huérfano de la selección. Hay varios. Niños que nacieron con un sol canicular brillándoles en la cara. Hijos del olvido y la marginación que se salvaron por poco de la guerra y la droga. Hubiese bastado el parpadear de una hormiga para que varios de ellos hubiesen terminado en fosas comunes o reclutados por frentes asesinos. El azar en Colombia no parece serlo y muchos destinos —sobretodo para los más pobres— parecen forjados en acero. Se salvaron por poco. Dicen que el futbol es una sublimación de la guerra. Una batalla de hombres dispuestos a todo por un triunfo pasajero. La tierra no conoce de glorias eternas. Hoy volvemos a ese mismo lugar. Otra escena más. A esa misma oportunidad de ser eso que somos e interrumpir eso que creemos que somos. El gran abismo de nuestra personalidad nacional. Embelesados por años de sufrimiento y contradicción preferimos sabernos fracasados, tramposos y mezquinos. Y así —tan desprevenidamente— sometemos a los nuestros a juicios sumarios. En la espesa bruma de nuestros complejos, ser colombiano parece mas un prontuario que una nacionalidad. No lo somos. Somos hijos del llanto de la alegría y del llanto de la tristeza: la pócima. Cuando llegue la hora nerviosa para que la tierra tiemble, presenciaremos —otra vez— el espectáculo del alma de once jovenes improbables y un argentino agorero a quien le corresponde la infame tarea de derrotar a su país. Hoy la memoria vuelve a hacerle espacio a la gloria. Hoy se escala la montaña húmeda de lo imposible. La gesta favorita del colombiano del Cauca, de la Guajira y del Urabá antioqueño, que desde que nace sabe que la adversidad es otra tripa mas. Y por eso no se dejará arrebatar esta historia. Luchará por ella como pueda y tanto pueda. Así como lo hacen los improbables.
Ese día ya no fui más yo.
Comments