Se ha vuelto frecuente en la defensa de hombres acusados de abuso o acoso esgrimir el argumento de tener una hija para poder matizar el tono grave de las denuncias. Lo repiten una y otra vez, como si esta condición, en todo sentido involuntaria, los relevara de asumir la responsabilidad respecto a sus actuaciones y atropellos. Dada la debilidad del argumento, la próxima vez los acusados podrían decir que sus células tienen mitocondrias, las cuales, son herencia exclusiva de sus madres para que les sirva como prueba irrefutable de su inocencia. O también, y para exonerarse, podrían contar la fascinante historia de la eva mitocondrial, la mujer africana que hace miles de años se convirtió en el único antecedente común en la genética de todos los seres humanos que han existido, existen y existirán.
Ironías aparte, vale la pena recoger un par de pedazos del argumento de tener una hija, ya no como defensa sino más bien como una posibilidad latente para que los padres de mujeres, entre los que me incluyo, tengan una aproximación y sensibilidad distintas respecto de las causas y materias femeninas. Puedo decir que desde que supe que tendría una hija, dos ideas se cruzaron por mi mente. La infinita felicidad que le traería a mi vida una hija mujer y el amenazante panorama que ella enfrentaría por el hecho de serlo. Los meses que han pasado no han disipado ni la dicha ni el temor.
Por esta razón, cada ocho de marzo, en el que se conmemora el día de la mujer, me es imposible mantenerme indiferente ante las movilizaciones y expresiones de millones de manifestantes alrededor del mundo que demandan, sin reparo o temor alguno, un conjunto de reglas que reconozcan la dignidad de la mujer. Muchos dirán que las reclamaciones son exageradas, ruidosas y obsoletas, pero basta mirar los registros de feminicidios, abusos sexuales e injusticias laborales para confirmar que las movilizaciones no solo tienen razón de ser sino que son absolutamente necesarias. Es suficiente con ver el reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, que despojó a las mujeres de su derecho federal al aborto, para entender que las causas femeninas siempre, y desde muchos extremos, estarán bajo amenaza. El enemigo despierta todos los días.
Manifestaciones del 8 de marzo en Bogotá. Foto Canal 1, Colombia.
Hace meses recibí un consejo demoledor. Una amiga centroamericana me contó la historia de cómo su hermana había sido víctima de abuso sexual por parte del mejor amigo de su padre. Ante mi reacción impulsiva -hablé de vengarme del abusador de formas indecibles- me dijo que ojalá jamás esas palabras llegaran a los oídos de mi hija. Al verme confundido, me explicó que sería muy probable que ella, por protegerme de la locura de la revancha masculina paterna, jamás me contara una situación de esta naturaleza. Sentí que esta lección me partía por la mitad. Desde ese día convertí en mi lucha diaria tratar de ganar la confianza de mi hija, para que con el tiempo pueda ser confidente de su voz y sus verdades. Incluso de las más terribles y avergonzadas. Esta decisión de paternidad incluye no precipitarme en los juicios y emitir opiniones irresponsables sobre la compleja condición de la mujer en nuestros días, algo arraigado en la cultura que me vio nacer, me crió y modeló, en muchos sentidos, mi repertorio de valores. El cambio empieza por las palabras.
Lejos estoy de considerarme feminista. Me falta estudiar, comprender y leer mucho para poder ubicarme -si es el caso- dentro de un espectro tan amplio de feminismos. Aún no sé si sea necesario. Tal vez se trate de una causa inmensa que solo requiera a los hombres como observadores respetuosos. Por lo pronto me queda saludar y agradecer a todas las mujeres que ayer se manifestaron por la reivindicación de sus derechos y desearles que siguen persistiendo en la honrosa lucha de hacer de este mundo un lugar mas justo, igualitario y seguro para ellas y sus amigas. Cuando termine de enterarse, con seguridad, mi hija les estará agradecida. Me comprometo a contarle sobre todo lo que está sucediendo y a hacerle saber que aunque el mundo es un lugar aterrador, ella ya no está sola. Las tiene a ustedes.
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