La ciudad ondulada
- Camilo Fidel López
- 17 mar 2023
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 19 mar 2023
Podía recorrerla de cabo a rabo. Cuando se desorientaba, caminaba un par de cuadras y se ubicaba con facilidad. Entendía los colores y formas de la ciudad como coordenadas, la arquitectura apiñada y caótica como las pistas de un acertijo, y a los vecinos, recostados contra las puertas, como puntos cardinales. Era un sistema complejo: si alguna indicación fallaba, la otra la reemplazaría de inmediato. Nunca aprendió a leer palabras, pero tuvo la fortuna de habitar, desde los seis años cuando llegó de Cota, esa enciclopedia de símbolos y signos que es Bogotá. Confirmó lo que dicen: los caminos son palimpsestos hechos con el andar. Era mi tío abuelo Víctor. Lo sigo recordando con frecuencia. Hace pocos días se cumplió el primer aniversario de su fallecimiento.
Ayer terminamos el rodaje de una historia cuyo origen duró intrigándome por años: un inmenso peluche abandonado en una caneca de basura. Cuando empecé a inventarla, supe de antemano que debía anclarse y anidarse en el centro de Bogotá para luego salir de prisa hasta Teusaquillo. Uno de los recorridos comunes de mi tío en su juventud. Anoche, mientras contemplaba la ciudad desde el puente peatonal de la estación de Transmilenio de Los Héroes, declaré mi fascinación por una ciudad que acoge con franqueza y frialdad pero que cuando golpea siempre ofrece una oportunidad para ajustar las cuentas.

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