@CamiloFidel
Tenía tiempo así que no le preste mucha atención al número del bus. En la siguiente parada, una señora, antes de subirse y como debí hacerlo yo, le preguntó al chofer si el trayecto llegaba a la calle 140 con séptima. No, contestó. El bus continuaría por toda la avenida 19. Así me enteré de que tendría que caminar un buen trecho. No me importó, hacía rato que no visitaba la zona y la mañana auguraba un buen día de sol. Cuando me bajé, quedé justo al frente de una escena desgarradora que ya antes había presenciado en Medellín. Una familia de indígenas bailaba al ritmo de una música mediocre y distorsionada. La madre y sus dos hijas movían los hombros y daban pasos cortos mientras un niño de unos cuatro años permanecía sentado sobre una lámina sucia de cartón. Algunos transeúntes habían dejado un par de monedas sobre el piso. Y aunque la mendicidad de los indígenas no es nada nuevo ni exclusivo de Colombia, el baile desanimado e incómodo se sintió distinto esta vez: una forma infame de tortura. La niña mayor tenia una mirada en la que brotaba la desesperanza y se daba paso al nacimiento del rencor. Solo imaginar el futuro que le deparaba se me hizo insoportable.
Foto de Manuel Saldarriaga, publicada en El Colombiano
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