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Foto del escritorCamilo Fidel López

La deuda histórica

@CamiloFidel

Tenía tiempo así que no le preste mucha atención al número del bus. En la siguiente parada, una señora, antes de subirse y como debí hacerlo yo, le preguntó al chofer si el trayecto llegaba a la calle 140 con séptima. No, contestó. El bus continuaría por toda la avenida 19. Así me enteré de que tendría que caminar un buen trecho. No me importó, hacía rato que no visitaba la zona y la mañana auguraba un buen día de sol. Cuando me bajé, quedé justo al frente de una escena desgarradora que ya antes había presenciado en Medellín. Una familia de indígenas bailaba al ritmo de una música mediocre y distorsionada. La madre y sus dos hijas movían los hombros y daban pasos cortos mientras un niño de unos cuatro años permanecía sentado sobre una lámina sucia de cartón. Algunos transeúntes habían dejado un par de monedas sobre el piso. Y aunque la mendicidad de los indígenas no es nada nuevo ni exclusivo de Colombia, el baile desanimado e incómodo se sintió distinto esta vez: una forma infame de tortura. La niña mayor tenia una mirada en la que brotaba la desesperanza y se daba paso al nacimiento del rencor. Solo imaginar el futuro que le deparaba se me hizo insoportable.

Foto de Manuel Saldarriaga, publicada en El Colombiano


Esa misma mañana un grupo de indígenas docentes del Cauca se reunía en la plaza de Bolívar para exigir al gobierno la reforma del sistema de salud público que consideraban asesino y corrupto. Al oír la entrevista de uno de los líderes de la movilización, en la que varias veces le exigió a un famoso periodista que no lo estigmatizara por la presencia del negro y el rojo en sus vestimentas (los colores de la guerrilla del ELN), pude notar que repetía una y otra vez como argumento principal para sus reclamos la grave deuda histórica del país con las poblaciones indígenas. Nada más cierto, y aunque se trata de un tema que no está exento de intereses políticos y económicos mezquinos, es innegable que estos grupos son víctimas de las peores manifestaciones de la exclusión, la discriminación y la desigualdad. Los más pobres entre los pobres. El líder anunció que no regresarán a sus comunidades hasta que el gobierno oyera y resolviera sus demandas. Recordé de inmediato la frase del poeta Gonzalo Arango: Todo es mío en el sentido que nada me pertenece.

Y aunque Colombia les pertenece solo la miseria pareciera serle suya.

Todas las mañanas atravieso un puente peatonal para llevar a mi hija al jardín. Es uno de esos puentes anchos y ondulados que comunican con una estación de Transmilenio y en la que se atiborran vendedores ambulantes. También allí permanecen tirados en el piso una familia de indígenas fabricando collares y manillas de colores. Son varios niños y una mujer hilando cuentas sintéticas entre nailon transparente. Supongo que los he visto lo suficiente como para ya no verlos más. Pero el día se acerca, esa inquietante jornada en la que mi hija me pregunte sobre la crueldad y la injusticia de la vida en Colombia. Y a falta de respuestas tenga que contarle la historia de una deuda que su país jamás saldará.
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