Nos sorprendió una fila tan larga; era domingo. La tarde calurosa se afirmaba en un cielo con pocas nubes. Había más de cien personas que esperaban sin apuro la llegada de su turno. La cola rodeaba uno de los extremos de un parque público del barrio El Vedado de La Habana. Nos acercamos para hacer la pregunta fundamental: ¿para qué es ésta fila?. Una mujer sonriente y despreocupada nos respondió de inmediato: “para irse de Cuba”. Los que alcanzaron a oír soltaron una carcajada brillante. Luego, alguien se compadeció de nuestra confusión y nos confirmó que era para comprar un helado en la famosa tienda Copelia. Nos fuimos asombrados. No valía la pena esperar. Todavía quedaba mucho por andareguear por la ciudad más secreta y mas franca del Caribe.
Siendo un niño, mis vacaciones de medio año incluían acompañar a mi abuelo a hacer vueltas; la curiosa expresión que evoca un juego de niños sin propósito. Las disfrutaba con sinceridad. Para don Julio César, recién pensionado, era importante que mi hermano mayor y yo aprendiéramos las rutas de los buses y a ubicarnos en Bogotá. Todo puede pasar, nos decía con frecuencia. De esas épocas proviene la sospecha y temor que me causa la Avenida Caracas; ese mamotreto de grises edificios y comercios ruidosos que acorralan a toda aquel que se adentra en ella. Tanto me gustaba hacer vueltas, que me quedó gustando. Un par de amigos se burlan de mí por mi costumbre de ausentarme de las facilidades de la virtualidad para visitar una oficina pública abarrotada o una tienda de chatarra en pleno centro de Bogotá. Hace mucho que no me acompañan a esos planes. Tienen razón pero ellos se lo pierden.

Cuba y sus filas
Comments