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La patada en la cara

Foto del escritor: Camilo Fidel López Camilo Fidel López

Actualizado: 16 mar 2023

El invierno repentino había aceptado la tregua. Aprovechando esa indulgencia pasajera del clima bogotano decidí tomar un bus para luego caminar hasta la oficina. Cuando descendía por la calle 45, unos policías cruzaron de un anden a otro con afán y preocupación. Un individuo sostenía a otro de la nuca y gritaba enfurecido “es un ladrón, es una rata, me robó el celular”. Una moto yacía en el piso con uno de los espejos rotos. Un taxi parqueó en frente de la situación para evitar la huida del supuesto criminal. Algunos espectadores rodearon el lamentable espectáculo mientras otros le tomaban fotos a la cara del aturdido y desamparado acusado que miraba para todos lados. La mujer que acompañaba al hombre que en apariencia fue robado, le gritaba que se calmara, dándole pequeños empujones en el pecho. Otro personaje cruzó la escena -un tipo de unos cincuenta años- y luego de alejarse un par de metros regresó y le propinó una patada en la cara al hombre que permanecía sentado en el piso. La agresión fue acompañada con una frase lapidaria: “ahí tiene sus derechos humanos”.

Desde hace un par de semanas llegaron noticias sospechosas con los vientos de la cuaresma. Un hábil y joven presidente, entendido en la arena digital, construyó una cárcel para 40.000 delincuentes. La más grande de toda América, dijeron. Unos días después, con un montaje cinematográfico propio de alguna película taquillera, se trasladaron miles de presos como si fueran un ganado echado a perder. Hincados, desnudos y fuertemente vigilados corrían para ingresar a los pabellones de la cárcel y luego eran amontonados en hileras de cabezas rapadas y espaldas tatuadas. Lo vi en TikTok y por un momento dudé de lo sucedido.Luego oí las declaraciones del líder centroamericano, que diseñó y dirigió el operativo, donde plantea una curiosa e imprecisa teoría sobre los derechos humanos. En su opinión, este conjunto de reglas básicas y generales son mérito exclusivo de los buenos ciudadanos. Se equivoca. Sin embargo la popularidad del recio y controversial presidente está por encima del noventa por ciento y la reducción de homicidios -en el que fuera uno de los países más violentos del mundo- es para quedarse boquiabierto.

Fotografia Diario El País


Decía el filósofo polaco Zygmunt Bauman que uno de los efectos de la globalización es que ya no se puede hablar de decisiones locales en política: actualmente toda decisión de cualquier gobierno puede tener efectos y consecuencias internacionales. Tal y como sucedió con algunos políticos de otros países que aplaudieron las medidas de su colega centroamericano y ahora lo toman como ejemplo en sus discursos repletos de comparaciones.

Como colombiano, conozco de primera mano la popularidad que emerge de este tipo de medidas de mano dura. Pero también como colombiano sé que la mayoría de las veces estas medidas son imposibles de sostener en el tiempo, ya sea por presupuesto, suelen ser muy costosas, o por su viabilidad política, cuando sin excepción brotan escándalos sobre atropellos y desmanes de la autoridad. No obstante, lo que a mi parecer es más peligroso, es el daño a la moral colectiva que se causa con estas medidas -casi siempre bien escenificadas- para la población general: se siembra en las personas la tenebrosa idea de que para combatir el crimen todo medio es válido. Se encumbra la seguridad y lo demás no importa. Con los días, sucede lo inevitable: el espejismo de la tranquilidad desaparece entre los destrozos que dejó a su paso.

No obstante, en el otro extremo está otro daño cultural y social -casi irreparable- cuando sucede lo contrario. Esto es, cuando la impunidad deja de ser la excepción y se convierte en la regla; con la consecuente pérdida de legitimidad a la autoridad en cualquiera de sus manifestaciones. En esa medida cuando las personas se sienten indefensas, al percibir que la cláusula fundamental del contrato social se ha roto, suceden hechos tan lamentables como el linchamiento que presencié ayer. Con seguridad el tipo que le propinó la patada en la cara al supuesto ladrón sabía que en un par de horas ese personaje estaría libre de nuevo. Y aunque esta no es de ninguna forma una justificación cada vez escala más la idea en Colombia de que estamos solos y que cada quien deberá arreglárselas como pueda y defenderse a sí mismo y a los suyos. Como colombiano también sé muy bien que fue así que nació una de nuestra tragedias más macabras y resbalosas: el paramilitarismo. En esa misma línea, esa cultura de la impunidad envía un mensaje perjudicial para las nuevas generaciones, al reducir el beneficio de actuar correctamente y desmantelar el incentivo de proceder en favor de los otros. Si los criminales ganan siempre y salen ilesos (y algunas veces millonarios) de sus fechorías, es muy probable que un joven vulnerable y aburrido prefiera el camino del delito al largo y -muchas veces- ingrato camino de la honestidad.

Hace unos años al visitar El Salvador, pensé que un país latinoamericano es también una fotografía cruda del pasado, presente o futuro de otro país latinoamericano. En efecto, todos nuestros países, están inmersos en bucles interminables de violencia, pobreza y corrupción; ahora exacerbada por el negocio redondo de la polarización política. Sin embargo mal haría cualquiera en rendirse ante esta nefasta la realidad: la sin salida es solo una apariencia. Y aunque no será nada fácil, es probable que con paciencia, inteligencia y sobre todo, respeto a los derechos humanos de unos y otros, podamos descubrir un modelo de convivencia que nos saque del destino de ser siempre los mismos. Olvidar eso tan absurdo que creemos ser.

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