top of page

Las palabras incapaces

  • Foto del escritor: Camilo Fidel López
    Camilo Fidel López
  • 18 ago
  • 3 Min. de lectura
Quería escribir cien veces. Esa fue la meta que me propuse hace casi dos años, cuando fui tentado por la vanidad manida de tener un blog. Algo a mi medida. Sin fechas de cierre ni algún tipo de línea editorial. Lo que me maravillara, lo que me atormentara, lo que no pudiera sacar de la cabeza. Solo eso. Hace semanas cumplí el objetivo y quise escribir sobre la importancia de las palabras, pero otra idea contraria no tardó en embestirme. Mejor, pensé, hablar de su precariedad, de sus límites, de sus incapacidades. Como muchos, fui embarcado en el hábito de escribir por el hermoso planteamiento de Walter Benjamin, en el que atribuye al poder de nombrar las cosas algún tipo de concesión providencial. Dios crea y sus seres más privilegiados nombran lo creado. Suficiente para existir plenamente en una realidad que incluso permite bautizarla a cada rato. Sin embargo, con seguridad lo sabía Benjamin, dicha concesión también encarnaba una posibilidad perversa, un truco macabro: que las palabras que nombran oculten al mundo. Que lo oculten todo.

Tal ocultamiento le sucedió a una élite intelectual mundial que prefirió la prudencia a la evidencia y se cernió en un debate fútil sobre si lo que estaba sucediendo en Gaza era o no un genocidio. Como si el asunto se tratara de encajar la realidad de puño en una categoría jurídica y judicial. Algunos de ellos apelaron a la ingenua moderación y exigieron más pruebas antes de poder pronunciarse, muy a pesar de los informes de periodistas y oenegés que por meses han explicado con detalle lo que está sucediendo. Prefirieron callar para no caer en el efectivo chantaje de ser tildados como antisemitas: ese miedo rotundo a incomodar o cuestionar al gobierno de Israel. Ese Estado poderoso que se ha arrogado la titularidad del dolor y del látigo del horror del Holocausto. Se equivocan quienes comparan lo que sucede hoy con la devastación que causó la máquina del nazismo. Es peor. Netanyahu y sus convictos en vísperas no solo están trayendo miseria a los palestinos, sino que también están condenando a su mismo pueblo a la violencia, el rechazo y la exclusión en todos los rincones del mundo. “La peor tragedia moral de la larga historia del judaísmo”, dice el famoso autor israelí Yuval Noaḥ Harari. Por culpa y acción del gobierno de Israel se avecinan décadas de maltrato que quién sabe en qué terminen. La historia se volvió impredecible.

Así como los intelectuales rechazaron tomar una posición contundente, yo también evité saber más de lo que estaba pasando. Creo no ser el único. Era mucho. Cuando llegaba a mí alguna noticia la pasaba rápidamente por alto, sobre todo cuando se empezó a saber de la hambruna diseñada por el gobierno de Israel que ha cobrado —y seguirá cobrando— la vida de miles de niños. Me justifico —al menos lo intento— en que la simple idea de que un niño muera de hambre como parte de una operación militar me parece, como un padre que debe lidiar todos los días con miedos estrepitosos sobre el porvenir de sus hijos, absolutamente insoportable.

Hace rato la palabra genocidio se quedó corta. Lo que hoy está sucediendo en Gaza cae en la categoría de lo indecible. No existen palabras capaces —o, por lo menos, aún no se han inventado— para describir con suficiencia la calamidad humana que tenemos enfrente y de la cual el mundo —así como sucedió con el Holocausto nazi— también es, en buena medida, responsable. Como decía, es probable que en esa concesión divina de la que habló Benjamin también se colaran las sombras y la oscuridad que trae consigo la inevitable realidad humana de no poder nombrarlo todo. Al fin y al cabo, somos un invento imperfecto. El mundo siempre va dos pasos adelante. De cualquier modo, ya no existen palabras para Gaza. No bastan. Supongo que podríamos echar mano de otra invención a nuestro alcance para lograr comprender lo que está sucediendo y que, por lo pronto, no parece poder detenerse: sentarse en soledad y oír con atención el Adagio para cuerdas de Samuel Barber. A falta de palabras, música.

Tomé esta foto de la página de ONU, en la que afirman que más de un millón de niños, durante todo un mes, no habían recibido ayuda básica. Insoportable.
Tomé esta foto de la página de ONU, en la que afirman que más de un millón de niños, durante todo un mes, no habían recibido ayuda básica. Insoportable.

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page