¿Para qué quieres ser como ellos si tu no eres como ellos? Me reprochó una novia, que me quiso y que quise, por allá en el año dos mil dos. Ayer empecé un asunto pendiente que a estas alturas y con esta quietud se hizo ineludible: escribir un libro sobre los casi quince años de Vertigo Graffiti. Al empezar a contar la historia se me cruzaron Diego Rocha, Carolina Anzola y Felipe López, tres amigos encomiables que me abrigaron y acogieron cuando la vida jugaba a las escondidas conmigo. Una avalancha de recuerdos puntiagudos me invadió y quise llamarlos. Sin embargo, hace mucho que no interrumpo sus vidas y un ataque de nostalgia no era suficiente para hacerlo. Preferí recordarlos al zurcir anécdotas y cariños que no tardaran en esfumarse. Ahora sé que las palabras escritas duran más que el ruido de una llamada telefónica de larga distancia.
Mientras organizaba la información para el libro -que por hora permanece sin título- me di cuenta de lo afortunado que he sido de contar a lo largo de mi vida con grandes amistades; todos ellos han sabido comprenderme y criticarme cuando llega el momento correspondiente. Mis amigos son muy diferentes a mí en la forma en que perciben el mundo y sus enredos pero siempre, y desde el comienzo, hemos acordado la base fundamental de cualquier amistad: la definición de lo importante. Son tipos buenos que pedalean sus vidas con el único propósito de hacer felices a sus familias y a ellos mismos. Sufren como cualquiera y con el tiempo han sabido mantener la cordura con los triunfos. Bien conocen la impostura del éxito que tanto deforma las circunstancias y las realidades.

Un par de amigos en el matrimonio de Óscar y María .
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