Los días difíciles
- Camilo Fidel López
- 6 may 2023
- 2 Min. de lectura
Se manifiestan desde las primeras horas de la mañana, en forma de objeción a las expectativas trazadas: una ducha dañada, un pan viejo, un pie mojado por una baldosa que escupe agua. La jornada empieza a desfigurarse a golpes de frustración. Una canción predecible que no cambia de ritmo ni siquiera al llegar al final. Un desastre de pequeñas cosas que se derrumban sin que se pueda oponer resistencia alguna. Los días difíciles a veces duran semanas o meses, pero su empaque más común tiene efectos por veinticuatro horas. He aprendido a reconocerlos mucho antes de que se abalancen. Acepto el tono de la situación, sin más, como un buen bogotano que sabe que la lluvia incómoda no cesará hasta llegada la noche. Renuncio ante la fotografía fuera de foco.
No me refiero a los días peores, a esos que cambian la vida para siempre: las tragedias indecibles que imponen el llanto desconsolado de acera entre la multitud. Tampoco a la rutina del desdichado que se ha vuelto incapaz de ver más allá de las nubes espesas. Hablo de los días comunes, que se encaprichan con la dificultad. Dictados por alguna deidad bromista que intercede para que todo resulte contrariado, para que nada salga como se esperaba. La factura devuelta por un error de digitación, las llaves se quedan dentro de la casa, la pantalla del celular se termina de quebrar por un golpe tonto. Y así se define el día entre reveses y giros torpes que ponen a prueba la paciencia y la cordura.

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