@CamiloFidel
Un par de amigos criticaron mi fervor por la selección Argentina en el último mundial. Como a muchos, me sobraban razones. Una obvias, como la llana justicia que significaría alzar la copa mundo para un jugador como Messi; que todo lo merecía y lo merece. O, el placer de presenciar la fortaleza de un equipo, plagado de personalidad (por eso sus controvertidas reacciones) que se fijó la meta especifica de que su capitán recibiera el honor que le faltaba. Sin embargo, para mí y supongo para otro tanto de hinchas putativos, el campeonato de Argentina, también suponía la interrupción de la aflicción de un pueblo que por décadas ha sufrido los embistes malevos de gobiernos mediocres y corruptos que han ahogado al país entre escándalos, corralitos e hiperinflaciones. Para muchos, dentro de los que me cuento, Argentina merece un presente y un porvenir diferentes. Sobra enumerar sus virtudes.
Hace poco caminaba con un argentino y charlábamos sobre el tema favorito de los latinoamericanos: la mierda que somos. O, más bien, que creemos ser. Para él, uno de los problemas fundamentales del argentino es lo que se denomina la profecía autocumplida. En otras palabras, que el destino del país del sur depende, en mucho, de cómo perciben e imaginan su propio porvenir sus habitantes. Si todo está mal, la apuesta mas segura -y cobarde- es apostar porque todo empeorará. “No podemos”, “así somos”, “esto nos tocó”, hace parte de ese espectro alucinatorio que son las dañinas profecías autocumplidas. Leyendo un poco sobre este tema encontré el teorema de Thomas que explica y sustenta toda la cuestión: Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias.
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