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Foto del escritorCamilo Fidel López

X, la industria de la confirmación

El fin de semana otro aparente escándalo salió a la luz pública. Acusaciones superlativas caían sobre la alcaldía de Bogotá, la alcaldesa y su esposa. Supuestos miles de supuestos millones habían sido parte de un entramado de corrupción en el proceso de contratación de la alucinación más antigua -y aún favorita- de los bogotanos: el metro. Lo inusual, por supuesto, no fue el medio que construyó el escándalo y que bien ha sabido construir un negocio alrededor de la información artificiosa y ligera. Lo sorprendente fue ver a miles de personas, que semanalmente cuestionan la integridad de dicha revista, lanzarse al pantano de las redes a replicar y dar crédito a las informaciones; sin exigir pruebas o corroboraciones. Una posible respuesta a este desvarío, más allá de un reclamo que apelara a la más llana vergüenza, parece alojarse en nuestro imperfecto proceso racional que, como se ha confirmado, está repleto de parpadeos conocidos como sesgos cognitivos.

La teoría al respecto es tan fascinante como sobrecogedora. A pesar de que nuestros cerebros poseen una incomparable capacidad instalada para procesar su experiencia en el mundo y sus alrededores, en muchas ocasiones, la mente prefiere hacer trampa y actuar de forma casi automática para tomar decisiones e incluso ejecutar acciones; una suerte de atajo cognitivo. En otros casos, permite que las emociones o el contexto sean definitivos para llegar a conclusiones o escoger alternativas saltándose algún tipo de evaluación racional. Al parecer, este fenómeno es una respuesta evolutiva para ahorrar tiempo, e incluso al salvarse el pellejo, a la hora de enfrentar encrucijadas cotidianas que rodean al ser humano desde siempre. Este tipo de reacciones (irracionales o parcialmente racionales) puede explicar nuestro comportamiento arbitrario en los casinos y casas de apuestas (la falacia de la mano caliente) hasta nuestra inclinación por desconocer nuestra propia incapacidad en algún asunto en particular (el efecto Dunning-Krugger).

Eco y Narciso, un amor entre las palabras repetidas y la vanidad consumada.


No obstante, el grupo de sesgos más llamativos (y sin duda alarmantes) son aquellos que intentan explicar porqué es tan difícil cambiar de opinión, o visto desde otro lugar, porqué nos aferramos de forma irracional y desmesurada a nuestra creencias. Dentro de estos está uno, muy conocido y discutido, llamado sesgo de confirmación, que con evidencias y pruebas robustas explica nuestra tendencia a dar mayor y mejor crédito a las opiniones e informaciones que refuerzan nuestras creencias previas. Basta recordar lo sostenido por Donald Trump cuando mencionaba que si el saliera a disparar en la quinta avenida de Nueva York, no perdería un solo voto de sus seguidores: el sesgo de confirmación en su versión más descabellada y cruda.

Por supuesto, estos descubrimientos han servido para que muchas empresas y negocios puedan sacar ventaja de nuestro comportamiento errático. Uno de los casos más incontrastables y relevantes es X (antes Twitter), el cual más allá de ser una red social para informarse, interactuar o conocer la realidad, es un escenario desbordado de sesgos de confirmación. Basta entrar a cualquier hora para comprobarlo. Pareciera que la compulsión de ingresar y permanecer en la aplicación (su éxito como red social) depende más de un deseo confirmar creencias (un brinco a la razón) que del provecho de obtener información desde distintas fuentes y orígenes. Desde luego, el algoritmo de X ha sabido entender esta debilidad y ha hecho lo propio para preferir y mostrar información que corresponda a las creencias previas de los usuarios. De esa forma, descarta opiniones que los pueden incomodar y por efecto detener su uso; lo cual, para la ecuación reinante en las redes: mas tiempo igual mejor negocio, puede llegar a ser contraproducente. Desafortunadamente X, no se trata de un caso aislado. La crisis de la información y el absurdo auge de muchos medios de comunicación podría explicarse por la industrialización del sesgo de confirmación que por lo pronto ha demostrado ser un excelente negocio, a pesar de acarrear un costo personal y social muy altos. Por ese mismo camino, se puede explicar el porqué las democracias están atravesando su peor momento y su misma existencia cada vez posee mayores riesgos.

A la vista no existe una “cura” para dichos sesgos de confirmación, que como mencioné. hacen parte natural de nuestros procesos cognitivos. Sin embargo, lo primero y fundamental para hacerles frente, radica en comprender que muchas decisiones y opiniones que creemos racionales no lo son (o solo lo son en parte) y que por lo tanto debemos permanecer observando y cuestionando todo eso que creemos cierto y seguro. No sobraría, también, aceptar que el negocio de X y algunas otras empresas de comunicación, que han sabido escoger el lucro por encima de los derechos de información de las personas, consiste en perfeccionar escenarios de simulación de conversación pública en los que nos venden el truco del intercambio de pareceres, cuando en realidad solo se aprovechan de nuestra naturaleza imperfecta y vanidosa. Todos deberíamos saber que la verdad se esconde más allá del eco de nuestras propias palabras. X no es una tribuna, es un espejo siniestro.

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